domingo, octubre 16, 2005

Ester

Fue en aquel minuto
en que sus ojos se apagaron
sin noticia previa de lo que vendría,
la melancolía hace de las suyas
en el ocaso inevitable de esta noche
tan parecida a aquella, la más obscura.

Para devolver su esplendor a la rosa marchita
una palabra tuya no basta
que mortal,
que nefasta es la herida
tras el lamento sosegado.

El vientre vacío llora la partida
y no hay más compañía
que el silencio
para aquellos ojos atónitos y cansados
por el dolor y las píldoras.

Las paredes blancas y frías
observan tristes la escena,
no hay lágrimas ni sollozos,
es como si se hubiesen secado,
sobran las exclamaciones de rabia contra el poderoso
por haberle quitado el regalo
que ya había hecho suyo;
no, no hay más lugar que para
la enorme impotencia de no haber mediado despedida.

Así acaba la memoria más triste,
con el nombre de la única estrella que iluminó esa noche
repitiéndose en la boca.

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